Educación alternativa o educación tradicional: lo que educa es el encuentro
Por Rubén Gumilla*
Ante la crisis institucional de la escuela, ante todas las críticas provenientes de cualquier parte, ante la propuesta de “escuelas nuevas” o de “escuelas alternativas” y aún más: “educación sin escuela”, yo pienso en reformular la escuela, en re-construir el espacio escolar, para que pueda dar una respuesta significativa a las necesidades de los educandos de hoy, en los albores del siglo XXI.
A modo de axioma, por su evidencia, parto de la premisa que todo proceso de enseñanza-aprendizaje debe estar centrado en el educando. Todo y cualquier cambio debe tener como objeto y sentido ampliar y mejorar los aprendizajes de los destinatarios de nuestra enseñanza.
A continuación y siguiendo con el devenir del pensar la cuestión que nos convoca, me pregunto: ¿Por dónde podría comenzar el cambio en nuestras escuelas?. ¿Qué renovaría el espacio escolar, no dando pinceladas de barniz que no haría más que dar un brillo pasajero sino desde lo más profundo?. ¿Cuál es la necesidad más acuciante hoy en las escuelas, por su manifestación tan vívida y prioritaria?.
Partiendo de la experiencia propia y la de mis colegas con los que comparto diariamente la tarea de educar, observamos que como consecuencia de los cambios socio-económicos y la repercusión indiscutida en las familias, y sumado también el abuso de las nuevas tecnologías de la “comunicación”, las personas se sienten cada vez más solas.
La experiencia de soledad produce la de abandono, desprotección, desamparo. Inmerso en esta experiencia más o menos inconsciente, no es posible aprender, es más, no es posible sentir que se puede vivir en este mundo.
Se trata de la comunicación, se trata del contacto personal cara a cara, se trata del vínculo: se trata de que el primer objetivo en todo proceso de enseñanza-aprendizaje es lograr el encuentro.
El “encuentro” es uno de los medios por los cuales podemos vivir auténticamente sin terminar en la soledad. El encuentro representa el puente necesario hacia el otro. A través del encuentro experimento la esencia de otra persona, así como también la mía; descubro el “yo” en el “tu”. Mi anticipación en la apreciación de los demás crea un reconocimiento de la igualdad por lo que soy.
Un prestigioso profesor austríaco, Alfried Laengle (1), afirma que “en medio de este mundo, me descubro a mí mismo inconfundible, estoy conmigo mismo y dado a mí mismo. Esto me posiciona ante la pregunta fundamental de ser una persona: ¿Puedo ser como soy? ¿Me siento libre siendo de ese modo? ¿Tengo el derecho de ser como soy y de comportarme como lo hago?
Esta es la propiedad de la identidad, del conocimiento de uno mismo y de la ética. Para tener éxito en esto, es necesario haber experimentando tres cosas: Atención, equidad y reconocimiento. Uno puede verificar la presencia de estas tres piedras fundamentales de la existencia, preguntándose: ¿Quién me acepta realmente? ¿Quién me considera único y respeta los límites que pongo? ¿La gente me hace justicia? ¿Cuáles son las cosas por las que soy reconocido? ¿Para qué cosas me aprecio a mí mismo?”
Los educadores podemos preguntarnos:
¿Puedo aceptar a mis estudiantes realmente? ¿Puedo considerarlos únicos y respetar los límites que ponen? ¿Cuáles son las cosas por las que puedo reconocerles? ¿Ofrezco la posibilidad de que reconozcan para qué cosas se aprecien a sí mismos?
Si estas experiencias se perdieran, podría aparecer la soledad y la necesidad de esconderse en la vergüenza (además de algún trastorno histriónico). Si, por otro lado, soy capaz de encontrarme con ellos y permito estas cualidades, haré posible que se encuentren consigo mismos, encuentren su autenticidad y respeto por sí mismos. La suma de estas experiencias construye el propio valer, el valor más profundo que los identifica a sí mismos: su autoestima.
La experiencia del encuentro es una de las maneras en que podemos vivir nuestra autenticidad, sin terminar en soledad.
Provocar esta experiencia no sólo construye a los educandos, sino que también me permite como educador dedicar mi tiempo a una tarea capaz de transformar y transformarme. Permitirme acercarme a ellos y dedicarles tiempo, implica desprenderme de algo mío e invertirlos en otro.
Laengle afirma que si las relaciones, la cercanía y el tiempo están ausentes, surge el anhelo, luego la falta de calidez y finalmente la depresión. Pero si estas tres condiciones se cumplen, puedo experimentarme a mí mismo siendo en armonía con el mundo y conmigo mismo, y puedo sentir la profundidad de la vida. Nuestra experiencia de todo y todos los valores, está formada por este valor fundamental, que colorea las emociones, afecta y representa nuestro criterio, para todo aquello que podamos sentir que tiene valor.
Y finaliza diciendo que no es suficiente con experimentar relaciones, tiempo e intimidad. Mi propio consentimiento y participación activa es necesario. Me apodero de una parte de mi vida que es ser educador, me comprometo con esto cuando soy capaz de volverme hacia otras personas, cuando voy hacia el encuentro, cuando tengo cercanía y contacto.
Cuando sólo cuento con lo perdido, cuando miro lo que no es posible, cuando sólo me quedo con lo negativo, surge la tristeza y la desmotivación. Ese volverme hacia el encuentro, el vínculo y el contacto podría hacer que el entusiasmo por la tarea educativa vuelva a nacer y/o se sostenga en mí. Y así podríamos re-novar no sólo el proceso educativo sino la escuela toda, como un espacio de encuentro posible.
Lic. Prof. Rubén Gumilla